martes, 23 de diciembre de 2008

Adios Puerto Iguazú.


Puerto Iguazú es un continuo derroche de recursos. La naturaleza aquí parece tener superhábit y no duda en mostrar su riqueza. Las mariposas cuentan casi un palmo de envergadura, las plantas germinadas exhiben pequeños sacos bermejos, como embriones de una especie alienigena en son de paz y los parientes argentinos de los grillos chillan como urracas un estridente "si, si, si, si" que se repite de una zona a otra como si de una acalorada discusión entre vecinos se tratara, no contaré nada de las cucarachas por no estropear lo anteriormente dicho... El turista aquí ha de estar acorde con el medio. El derroche de dinero está en consonancia con el medio y la cartera no termina nunca de cerrarse . A pesar de esto, dormir me ha costado 35 pesos la noche (4,7 €/peso) pero mi cabeza ya cuenta en pesos y esto me resulta caro.

Estando aquí la visita a las cataratas es imperativa. Pago 60 pesos el primer día y otros 30 (promo especial) para el segundo ya que me quedo sin batería en la cámara. Se puede hacer en un día pero el pretexto de la batería me regala un dia mas en el paraíso. Ciertamente es un parque temático con todas las facilidades. Una pasarela metálica me conduce por la ruta sin dejarme pisar la selva. A ambos lados, inaccesible por una barandilla, se encuentran los habitantes originarios del parque, enormes lagartos parecen posar inmóviles por segundos y pájaros negriazules de ojos asustados observan en todo momento a los visitantes. Los Coatíes aqui son como las meigas... haberlas hailas pero no los ví.

En alguna parte del recorrido hay un cartel que explica la carencia de sales minerales en las selvas tropicales y cómo diferentes coleópteros y preciosos lepidópteros se acercan a pasamanos, mesas y otras suertes de mobiliario urbano, cual abrevadero, en busca del sudor de nuestras manos, rico en las sales minerales que nos sobraron del Aquarius de por la mañana. Leído esto la mentalidad del turista cambia y olvidan sus escrúpulos dejando que los bichitos se posen en sus sudados brazos y desplieguen su lenguas. Esto me ha pasado a mi que, recién leído el cartel, he permitido que un desconocido y horrible bicho, o una enorme mariposa, se pose en mi mano mientras observo su inocuo comportamiento. Compruebo realmente contento que el "síndrome del cartel explicativo" funciona con casi todos nosotros que dejamos atrás manotazos por miedo a picaduras y nos fascinamos viviendo en simbiosis con la naturaleza. De las cataratas que decir, todo se queda pequeño, te sientes diminuto. Dicen que aquí vienen turistas a suicidarse en una media de tres por año. Se alojan en el Hotel Sheraton *****, en el propio parque y se van, sin pagar, rio abajo. Es muy triste, sin duda, pero tomada la decisión entiendo que este sitio sea la elección para llevarlo a cabo, no sé cómo explicar esto sin preocupar a nadie.

Vistas las cataratas decido seguir mi camino, sin prisa, con algo mas de mes y medio antes de tener que partir a Nueva Zelanda. Hoy es 21 de Diciembre y las navidades llaman a las puertas de la nostalgia y he de decidir dónde quiero llorarlas. Busco un billete para Salta pero me encuentro con la decepción del "completo" en los colectivos. La solución pasa por Santiago del Estero" y un bere me empuja a comprar cualquier pasaje para salir de Iguazú. A media hora de mi partida me arrepiento horrores de mi impulso pero ya es tarde. Antes de partir, en una de esas conversaciones con el francés de la guitarra y el omnisciente argentino me entero de que existe un mirador por el que me intereso. ¿no conoces el "Hito de las tres fronteras"? me dicen... A media hora de la partida de mi bus me entra un coraje enorme al enterarme de que, a pocos minutos en bici de mi hostel, existe un punto único en el mundo donde un río delimita tres países: Argentina, Brasil y Paraguay. ¿¿¿Es que nadie vio mi careto de ignorante y tuvo a bien decírmelo???, Me tengo que ir!!!! Hago números y corro a las estación para intentar cambiar el billete pero las trabas y el reloj me lo ponen muy complicado. He de subir al autobús.


Me preparo a pasar otras 17 horas sentado, ya estoy acostumbrado a dormir mecido por el camino. Tantas horas en autobús me han enseñado a colocarme el pequeño cojincito que la empresa facilita y he aprendido también que en el autobús hace frío por lo que la toalla siempre ha de quedar a mano.

Paramos en el camino. "Cambio de conductor" me dicen. Aprovecho para estirar las piernas, pasear un poco y liberar los gases que llevan horas pidiendo paso. Aprendida la lección de Copiapó, dejo la mochila pegada a la ventanilla y no la pierdo de vista. Siento un mareo extraño cuando piso por fin mis chanclas. Mi cabeza sigue compensando un movimiento inexistente como la resaca al desembarcar tras horas de oleaje.

La estación no anuncia por ninguna parte el pueblo en el que me encuentro y he de deducirlo en la leyenda de unos toscos y pueriles souvenires: "Recuerdo de Chaco". Sonrío pensando que eso podría ser fruto de un alcalde ególatra llamado Chaco que manda saludos a los visitantes. Miro a mi alrededor. Me fijo en la gente que espera su futuro inmediato. "Somos diferentes", pienso. Miro a mis compañeros de autobús, afeitados, con pantalones cortos y camisetas de algodón de marca a la moda del turista y los comparo con los habitantes de allá. Ellos tienen la mirada embrutecida del iletrado, faldas de hilo estampadas hace ya muchos años y camisetas también de algodón aunque esta vez la marca que llevan suele ser de algún lubricante o marca de tabaco.

Llego a Santiago de Estero. Lo que veo en el camino no me seduce nada. Las infraviviendas proliferan por todas partes, caos y pobreza. Me habían anunciado que Santiago no tiene mas que vinos, buenos, dicen. Llego a la terminar y me siento a esperar mi conexión a Salta. Me anuncian que el autobús viene "demorado" y me acuerdo del chiste: "que bonito" pienso y sonrío. Los treinta y cuatro minutos prometidos se convierten en dos horas. La espera es desesperante en una estación tan moderna que está inacabada, al estilo Aguirre. En este tiempo estoy tentado de coger otro autobús de vuelta a Iguazú pero tendría que esperar dos días en aquella ciudad decadente así que decido darle una oportunidad a Salta. Desde allí deshacer el error me costaría unos 90€ y tres dias. No puedo permitírmelo. Por fin llega el autobús.

Mi ropa apesta después de días absorbiendo mi sudor. Yo trato de ducharme todos los días, (lo prometo Papá) pero de nada sirve si lo que me viste huele a vestuario de equipo local. Llevo cinco días preocupado por el hedor que despido pero al subir al colectivo la bofetada de olor me estremece. Me siento como un ambientador de pino y decido pasearme por el bus para envidia de los pasajeros que, sin duda, agradecen mi entrada.

Llego a Salta a las 2 de la mañana y un taxista me lleva al Hostel Paila, en la calle Córdoba. Le pregunto por el camino qué se puede hacer en Salta y me dice que hay inumerables cosas que hacer. Me comenta que hay señoritas muy limpias trabajando en el parque y el eufemismo me hace sonreir, pensando en esforzadas barrenderas acondicionando la plaza para el dia siguiente. Duermo.

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