domingo, 7 de diciembre de 2008

Retales de viaje...

Empiezo este blog con retraso y con ansias de plasmar todo el viaje hasta aqui.

Intento tirar de recuerdos y ordenar mis ideas para plasmar los cuatro, seis, diez o veinte imágenes que tengo grabadas en la retina de esta primera semana sin vosotros. Me viene a la cabeza cuando estaba en Victoria Station con mi mega mochila, excesiva ahora sé, paseando y matando esos segundos que el reloj iba poniendo delante de mi. De capullo pueblerino debía de ser mi cara para que una furgoneta parara al lado de mi y me preguntara si necesitaba trabajo, cual recien llegado en busca de El Dorado. No sé, hay veces que sabes que estás a punto de meterte en un lío y esa era una de ellas. por supuesto no estaba buscando trabajo pero la insistencia de ese tipo era sospechosa. Decidí marchar a Heathrow.

Ya en Lima, y asentado en un Hostel de backpackers regentado por un idealista peruano, conocí a la vecina de este, que hizo las veces de guia turística y que me enseñó algunos rincones interesantes del barrio de Magdalena, buenos sitios para comer y charlas interesantes.

De camino a Tacna la monotonía del desierto se repetía incluso en las botellas de plastico vacías que algún pasajero de algún autobús había deshechado por la ventanilla de este, y que espontáneamente se orientaban todas en dirección del viento, indicando con el tapón la dirección en la que éste venía. En medio de la absoluta nada, a la vereda de la carretera, había un tipo mísero, con pinta de ído, alocado y en pelotas que desafiaba al autobús gritando los dos segundos que éste tardaba en pasarle por delante. Me dió la impresión de que este personaje se creía victoriosos viendo como el colectivo huía de sus dominios asustado, pensaría, ante su imponente figura. Pero, ¿de donde salía este Rey de la nada?, ¿como subsistía?, son cosas que jamás entenderé.

Desde Santiago de Chile el autobús enfiló los Andes. Se veían al fondo de la carretera y no paraba de preguntarme cómo pretendía el chófer cruzar semejante mole de piedra. La ascensión se inicia suavemente hasta que los ingenieros de caminos se cansaron o bien empezó a escasear el presupuesto y es cuando empieza un zig-zag de curva y contracurva que escala la cordillera como una enorme escalera para vehículos, paralela la ladera. Mientras alucinaba con las vistas que se me iban presentando me descubrí acelerando mi respiración, notando el descenso en la densidad del aire y la escasez de oxígeno. No es sugestión porque no estaba pensando que esto me pudiera pasar. En no mas de una hora y media pasamos del nivel del mar a 2.700 metros sobre éste.



Ya debería estar acostumbrado por el trayecto norte-sur por Chile pero había algo que se repite en Agentina, pasado Mendoza, y es la perfecta rectitud de sus carreteras. Delante del autobus se veía, como hecho con una gigantesca regla, la interminable carretera que queda por recorrer, sin la gracia de una curva que le de un ápice de interés a conducir por esos lares. Sin duda ser conductor de autobús debe de ser de los trabajos mas aburridos que existen por aqui, con un limitador de velocidad programado a 100 km/h y con un chivato a la vista de los pasajeros que delata el exceso de velocidad si éste se produjera.

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